El niño del recorrido periodístico
(Foto: La Verdad) |
Salgo rápido, tengo una grabación de 5 minutos de números que demuestran por qué al venezolano no le alcanza el salario mínimo para comprar comida. Son las 10:00 de la mañana y voy a mi travesía pautada desde las 8:00 de la mañana.
Llegamos a Las Pulgas. No quería ir, me puse zapatillas y el piso es
imposible de caminar, una suerte de zona montañosa con líquidos de procedencia desconocida,
escamas de pescado y basura. Me dan la bienvenida las moscas acechando el
producto de mar. Ya empieza a oler mal, es normal, guapeo para que el fotógrafo
y el chofer no me digan que soy sifrina. Me quito el reloj Casio que ya tres
personas detallaron por segundos prolongados.
Veo patas de vaca en el piso tal cual como las veo pegadas a los
muslos del animal vivo, con pelos blancos y negros, me horrorizo por dentro. Solo
voy a buscar el precio del pollo. Pregunto en todas las ventas de proteína
animal, no hay rastro de él.
El reportero gráfico que me acompañaba me guía a una mesa. Son tres mil 800 bolívares por una pechuga con hueso y cuatro mil el kilo de la pulpa. Mi acompañante compra un sobre de desodorante. Tiene un precio de 300 y dice que en la panadería cuesta 600. Una ganga.
El reportero gráfico que me acompañaba me guía a una mesa. Son tres mil 800 bolívares por una pechuga con hueso y cuatro mil el kilo de la pulpa. Mi acompañante compra un sobre de desodorante. Tiene un precio de 300 y dice que en la panadería cuesta 600. Una ganga.
Salimos, no entrevisto a nadie porque ya he tenido suficiente de ver la cara inerte de los cerdos desfilando en cada pasillo y por los antecedentes de violencia del sitio.
A la salida el conductor y el fotógrafo hablan de las fallidas Operaciones Liberación de la Patria mientras los vendedores nos ofrecen mazorcas y desodorantes, pues tenemos los vidrios abajo. El chofer lleva meses sin poder reparar el aire acondicionado a pesar de que trabaja dos turnos para reunir el dinero.
Vamos al mercado Santa Rosalía, más agradable y lleno de gatos. El conductor me pide mil 500 bolívares en efectivo prestados para comprar una famosa parrilla al salir. Vamos a entrevistar en la zona de la carnicería. Los comerciantes no se recuperan de la última intervención de la Sundde. Ahora solo dos tiendas venden pollo y todos los usuarios preguntan por las aves Krispollo y El Gran Pollo, marcas que yo veía por primera vez.
Tomé el testimonio de una señora que me contó que recorre abastos en
búsqueda de comida. Acababa de visitar a su padre que no tenía nada en la
alacena y lo único que pudo hacer por él fue comprarle dos tomates, dos
cebollas, dos pimentones, 10 huevos y un kilo de yuca para prepararle un
almuerzo.
Un distribuidor nos cuenta que un vecino periodista ahora es taxista y
se compadece de nosotros por nuestra remuneración. Él mismo no la tiene fácil;
antes de la llegada de Maduro era capaz de vender cinco mil kilos de pollo
entre varios comercios a la semana. Ahora pide 500 kilos del producto bachaqueado en
Yaracuy y paga en las alcabalas para mantener su cava medianamente llena.
Al salir El fotógrafo se compra un jugo de naranja por 350 bolívares. El
chofer nos está esperando afuera. "Ya no necesito que me prestes el
dinero, cuestan tres mil 500 ahora", me dice.
En camino
de vuelta al diario, en las adyacencias del casco central vemos a un niño de
rasgos indígenas. Nos llama y ladea la cabeza con una petición implícita. Debe
tener 4 años, tiene la cara sucia y el pelo corto y naranja quemado por el sol.
Está solo, sosteniendo un vaso de plástico lleno de billetes de cinco bolívares. El reportero gráfico ya se había tomado el jugo y mantenía el vaso con
hielo. La petición del niño era exclusiva: "Un hielito", gritó desde
la acera. El fotógrafo lo saca con la mano, se lo pasa a la mano del chofer,
quien se lo entrega al niño. Sin dudar lo introduce a su boca,
satisfecho.
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